jueves, 26 de noviembre de 2009

Aborto

Todo empieza, desde mi modesta opinión, desde el momento en que ni tan siquiera comenzamos a contar bien la edad de cualquier ser vivo, entre ellos el ser humano. Un niño que hace 30 días que dejó el vientre materno, no tiene 1 mes de vida, ha cumplido 10 meses. Ese es un punto de partida que nadie cuestiona y que sin embargo conlleva a múltiples errores encadenados, desde el etimológico al legal y que además deja un ápice de razonamiento a las mentes progres que equivocan o condicionan derecho a la vida con edad (cuanta más edad, mayor derecho).

Dejando atrás el dilema biológico y a quienes consideran que un feto de por ejemplo, 90 días, es un ser vivo pero no por ello (y aunque su madre sea humana y no una rana), un ser humano y como consecuencia, un ser asesinable, exterminable y carente de todo derecho a la vida, al arbitrio más o menos justificado o más o menos caprichoso de su madre, responsable de su creación y gestación... habría que incidir, sobre todo en los que se sienten con el poder de decisión sobre la vida de, llámenlos seres vivos, seres humanos o cómo les convengan, que el parto tan solo es el cambio de hábitat del niño desde el interior de la madre gestante hacia el mundo exterior, donde seguirá desarrollándose, alimentándose y experimentando nuevas sensaciones. El niño existe desde el mismo momento en que la mujer queda embarazada, desde el primer día, desde el primer minuto. Y es entonces donde comienza su vida; con 9 meses de desarollo en el vientre de su madre y 70, 80 o 100 años fuera de él... Porque el ser vivo, el ser humano, su persona, su cuerpo y sus conocimientos, no terminan de desarrollarse o completarse a partir de las 14 semanas, ni de los 9 meses, ni de los 18 años, ni de los 40. Es un proceso que ocupa toda su vida desde el primero hasta el último día.

Me cuesta mucho entender que a una persona de 14 o menos semanas se le pueda privar libremente, por una cría de 16 años, de su derecho a la vida y a una de 15 semanas o 15 años no. Es más, lo segundo sería un delito de asesinato y a lo primero quieren llamarlo aborto (libre y legal). Esto me obliga a entender este último, aunque sea desde un punto de vista más ético que legal (con la nueva ley en marcha) como una forma más de asesinato, en función de la edad de la víctima. Esto además, ayuda a que los jóvenes actúen más irresponsablemente en sus relaciones sexuales, puesto que la ley les perdona que un "tropiezo", se pueda convertir en un asesinato consentido, sin ninguna consecuencia.

Es una pena que un gobierno de un país occidental, en pleno siglo XXI, cree un ministerio y dedique dinero púbico únicamente al fin último de sacar adelante una ley infanticida. Una ley que permite, por no decir que alienta, la eliminación de niños de menos de 14 semanas, que ponen en manos de jóvenes ya desde 16 años. Una edad aún inmadura y más aún en la sociedad actual, perdida, vacía de valores socioculturales y de educación y que ahora aún más, con la lobotomización progre, solo tendrán que preocuparse por divertirse, probar de todo, cuanto antes mejor, ignorar el valor del esfuerzo, del trabajo, orientarse al gusto por la sopa boba, al todo vale y dejar de ser responsables y consecuentes en sus actos.

Hay que apostar más por la prevención, hay que apostar más por la educación y no hay que olvidar que, si a pesar de lo anterior, pueden existir embarazos no deseados, también hay miles de personas que no pueden tener hijos y podrían ser los padres de niños a los que estas "madres" y este gobierno quieren privarles de su derecho más básico, su oportunidad de vivir. Miles de personas desean adoptar y muchas veces se ven "obligados" a acudir a China y este tipo de paises, para tras unos largos y costosos trámites, poder tener opción de encontrar lo que en España, tiramos a los contenedores como se tiran los pollos caducados del hipermercado... El progreso no está en legalizar este infanticidio, está en poner las herramientas adecuadas para que una mujer embarazada que no quiere o no puede ser madre, dé esta oportunidad a la que querría serlo y no puede.

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